Muestras, ArteBa

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A horas del cierre de la edición 2010 de ArteBA, el dato –fresquito– era ya un secreto a voces entre los organizadores: en comparación con las ediciones anteriores, el porcentaje de las ventas de obras se incrementó notoriamente. Tanto es así que “algunas galerías vendieron la totalidad de las obras que tenían en exhibición”, apuntaba Soledad Álvarez Campos, del equipo de prensa de la organización. En cuanto a la cantidad de público que visitó la enorme feria a lo largo de sus cuatro días de duración, la vocera calculó en menor o mayor grado una cantidad similar a la de la versión 09, “unos 120 mil visitantes”, fue el número que se estimó.

El incremento de las ventas de obras se planteó desde el arranque de la feria como un objetivo bien marcado. Como una cuenta pendiente en la historia de las diferentes ArteBA. Así lo remarcó el propio presidente de la Fundación ArteBA, Facundo Gómez Minujín, en una de sus apariciones públicas: “Uno de los objetivos primordiales ha sido comprometer la participación de las empresas en el apoyo a las artes visuales”, afirmó. Lo que significa, en otras palabras, que los diferentes sponsors corporativos decidan de una vez por todas invertir en el negocio del arte local, regional y, esta vez, latinoamericano.

Es que más allá de significar una innegable vidriera para artistas emergentes o incluso para los consagrados, ArteBA se ha convertido en un eslabón legitimador más en la pirámide jerárquica del arte de la escena local. Y funciona como un nexo importante entre, por un lado, artistas y galeristas, y por el otro, coleccionistas y las grandes empresas con poder de adquisición. Por tal motivo, en referencia general a ArteBA, las miradas críticas no deben centrar su foco tan sólo en la feria que genera oportunidades para los artistas locales sino, sobre todo, en la marca corporativa detrás del evento que año tras año irrumpe con más fuerza en el pequeño mercado local, revitalizándolo. Con las implicancias positivas y negativas que esto conlleva.

Pero cifras no es lo único que dejó la finalización de la feria. En el año del Bicentenario de la Revolución de Mayo, el lema no sólo propuso una conmemoración nacional, sino que invitó a celebrar a las otras naciones latinoamericanas que también cumplen en el 2010 sus sendos aniversarios patrios de emancipación. Por tal motivo, fueron invitadas a participar este año ocho galerías chilenas, cuatro colombianas, tres mexicanas, dos de Uruguay y una de Venezuela. La intención inicial fue respaldar el concepto de arte latinoamericano, en constante elaboración, reflejando en una misma feria una fuerte presencia de las potencialidades artísticas actuales de cada región.

El continuo andar de turistas y de los galeristas chilenos, mexicanos, uruguayos y argentinos, sumado al Mundial de Sudáfrica y al buen desempeño de las selecciones latinoamericanas, generó un clima de intercambio y hasta cierta hermandad que cualquiera podía notar, por ejemplo, en los grupos de curiosos que se reunían alrededor de los televisores que transmitían cada partido y en los gritos y abrazos cada vez que alguna selección sudamericana convertía un gol.

Vamos llegando al cierre de esta nota y aún no hicimos hincapié en el elemento primordial: las obras de arte. Hubo muchas para ver, se podría llegar a decir que demasiadas. De todos los géneros, estilos, formas, tamaños, colores, desde instalaciones gigantes hasta microobras, desde proyecciones hasta esculturas en todas sus variantes. Imposible verlas todas, imposible hablar de todas. Pero por qué no mencionar algunas.

Siempre portadora de una mirada comprometida, la pintora Diana Dowek presentó “Centro de permanencia temporaria”, una obra del año pasado en la que nos muestra una serie de transeúntes arropados con sus atuendos de trabajo cotidianos que ascienden por una plataforma móvil para ser conducidos al vacío, sin que ellos parezcan haberse percatado. Por su parte, el incipiente artista Abel Ventoso presentó varias obras abstractas, tridimensionales, que fueron bastante concurridas y comentadas entre el público. Todas mostraban un módulo geométrico de acrílico calado que se repetía y generaba cada vez una textura particular, que se desarrollaba a través del espacio, convirtiéndolo y provocando distintas sensaciones según el módulo fuera un agujero, un cubo o simplemente líneas caladas en la materia ondulante.


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