El club de Caballito levantó la quiebra luego de 12 años y volverá a ser gobernado por su gente. Será tiempo ahora de recuperar el lugar histórico que le corresponde al Verde en el deporte argentino.
Este 20 de octubre se hizo oficial el levantamiento de la quiebra por parte del Club Ferro Carril Oeste. Usando parte del dinero ingresado por los derechos de formación de Federico Fazio -vendido del Sevilla al Tottenham Hotspur por 10 millones de euros-, la institución de Caballito pudo cancelar las últimas deudas necesaria para terminar con la tutela del poder judicial, a través de un organo fiduciario.
Fueron 12 años de un club alejado de los socios, que fueron a su vez quienes lo mantuvieron vivo a través del trabajo y la participación. La caída, sin embargo, había empezado bastante antes, y no frenó después de aquel fatídico 28 de diciembre de 2002. Su punto de inicio puede marcarse en 1993, con la salida del histórico presidente Santiago Leyden, que estuvo casi 30 años en el cargo y lo lideró durante su máximo esplendor. Y continuó tras la catástrofe económica con la aparición del gerenciamiento del representante Gustavo Mascardi, quien hizo diversos negocios con pases de jugadores propiedad de Ferro, entre ellos los de Maximiliano Velázquez -hoy jugador de Lanús- y Cristian Tula -Independiente-.
Algunos de los responsables directos del cataclismo institucional de Ferro fueron juzgados y condenados. El juez que decretó la quiebra, Rodolfo Herrera, junto con los integrantes del primer órgano fiduciario, Eduardo Andrada, Francisco Tosi y Héctor Fridman; el propio Mascardi junto a su padre Emilio; y el arquitecto Aleardo Etcheverry, hermano y colega de Ricardo, histórico dirigente de Oeste que hoy le da nombre al estadio de la Avenida Avellaneda.
Esta verdadera tragedia llegó a su final y el festejo estuvo a la altura: miles de personas se acercaron desde muy temprano a la sede del club, en la calle Federico García Lorca, para luego ir en caravana hasta el cruce de Acoyte y Rivadavia, centro neurálgico del barrio de Caballito. Esa esquina pintada de verde recordó a otros tiempos, no tan lejanos, donde la alegría de los Verdolagas era moneda corriente.